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Estructura y color concretamente.

Texto del Catálogo ‘Crisis in Concrete’ editado por ‘LA Escola de Persones Adultes Vicent Ventura’. 2013. Depósito Legal : V-1420-2013

Muy raras veces sabremos todo lo que hay detrás de lo que muestra el lienzo, lo que hay de intencionado o de ocasional en un cuadro. En su caso, Silvia Lerín se presenta como pintora intuitiva con una obra en la que resulta notable la herencia -principios compartidos antes que una referencia literal- de las grandes líneas de la abstracción geométrica, de algunos nombres vinculados a amplios movimientos y conjunciones temporales como fueron “Arte Normativo” o “Antes del Arte”, y su manifiesta admiración conservada desde los años académicos hacia José Mª Yturralde. Nos encontramos ante una pintura en la que una relación biyectiva entre significante y significado descarta cualquier intención narrativa, ante una pintura pintura en la que cada cuadro no remite más que a sí mismo y habrá de ser una visión del conjunto la que permita sospechar cuál es la poética de su autora.

Recordemos también un movimiento artístico desarrollado en los años 30, en torno a Max Bill principalmente, el Arte Concreto. El explícito reconocimiento de Silvia Lerín hacia esta vertiente de la abstracción que debe su nombre al “Manifiesto del Arte Concreto“ (1930) de Theo van Doesburg y fue un estilo pictórico que, ante todo, se pretendía liberado de asociaciones simbólicas, para el que líneas y colores eran concretos por sí mismos, y propugnaba el uso de colores planos. No estará de más releer en el diccionario de la RAE algunas de las acepciones del adjetivo “concreto”: “1.Dicho de un objeto: Considerado en sí mismo, (…) con exclusión de cuanto pueda serle extraño o accesorio; 2.Sólido, compacto, material (…); 4.Preciso, determinado, sin vaguedad”.

Esta exposición, intitulada “Crisis en concreto”, agrupa obras últimas de Silvia Lerín decantadas de su constante proceso de cambio y mutación. De alcanzar y superar puntos de inflexión en una realidad creativa que no puede ser sino sujeta a evolución; de elección acertada en las bifurcaciones del camino.

Entre los principios compartidos con la abstracción geométrica cabe la consideración de la pintura como una estructura que reposa en sí misma y que se desarrolla a través de la magnitud, la forma, la disposición, el ritmo. Haciendo posible la dinamización de lo inerte mediante la generación de espacios y ritmos; y que, al construir formas y estructuras, también hace presente el tiempo.  Silvia Lerín propondrá incluso un arte de la experiencia del lugar, partiendo de sencillas esculturas que provocan efectos relacionados con los reflejos y las sombras. Desde luego, interesada en lo que la escultura puede generar a través del juego y el movimiento de los planos y sus pliegues, incluyendo la luz como elemento plástico. Pero en el caso que nos ocupa se trata de una incipiente nueva vía de incursión plena en el formato tridimensional.

Su voz en la pintura logró definición y personalidad con el abandono de reminiscencias informalistas, de la línea oscilante y quebradiza que parecía agrietar los fondos. Logró propiedad con una particular relectura de la abstracción geométrica y el constructivismo presentando rotundas rectas que aportan perspectiva en los pliegues del plano, permitiendo ver el haz y el envés del mismo. Y con la inclusión de dos colores y/o dos texturas: la rugosidad material y las señales del proceso de aplicación en el color confieren la profundidad y el movimiento en contraste con las porciones de estática frontalidad uniformemente coloreadas.

De este modo Silvia Lerín supo crear la estructura que permite, más aún, que requiere el desbordamiento del lienzo-ventana más convencional para adentrarse en formatos constructivos capaces de albergar los múltiples pliegues del plano. Ante las obras últimas vemos cómo tal estructura de los cuadros se acerca a la tridimensionalidad objetual demandada por el plano y sus plegamientos en búsqueda de nuevas geometrías. Son los distintos pasos evolutivos sugeridos en los títulos -irregulares, accidentes visuales, hendiduras, fracturas, interferencias- de sus cuadros y exposiciones. Y, en un giro de tuerca más, en algunos ejemplos de la pintura directamente aplicada sobre el muro, en un desarrollo lógico en el ámbito de la pintura expandida, conjuga esta con un segundo plano mediante un lienzo removible y reutilizable.

El color es el segundo elemento definitorio de la personalidad de la obra de Silvia Lerín. Una reducida y sobria gama que, con el tiempo, es ampliada, y dos texturas. Así, mientras es reclamado el ojo del espectador a modo de delegado del cuerpo, será el tacto el que se adelante a la vista para tocar con los ojos, para acariciar esa piel-pintura. Si bien no se ha de olvidar que es el color el significado necesario para producir los diversos espacios pictóricos. La norma y propiedad física del color es acercar o alejar una porción de diferentes campos cromáticos mediante el olvido parcial de la superficie en nuestra conciencia.

Sabedores de que Silvia Lerín desecha lo geométrico como paradigma de utopías trascendentes y que los modelos de sistematización estructural son utilizados como una horma en la que engarzar propuestas de naturaleza varia, se hace acreedora de las palabras de Palazuelo cuando decía: “La geometría está en el origen de la vida, que es lo más inventivo e interminable que conocemos”.

José Ángel Artetxe

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