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LA COMPOSICIÓN Y LOS PLANOS COMO EXPRESIÓN LÍRICA DE LO PICTÓRICO EN EL LENGUAJE PLÁSTICO DE SILVIA LERÍN

Texto del catálogo Hendiduras en la materia editado por OAM Palau de la Música de Valencia. 2009. Depósito legal : V-4479-2009 / I.S.B.N 978-84-692-7434-7  (Traducción al inglés y al alemán disponible)

Uno de los grandes hallazgos en la práctica del arte contemporáneo ha sido, y sigue siendo, sin duda, el situar gran parte del discurso y de todo el proceso creativo, en la rotunda complejidad que se deriva del mismo acto de mirar o leer e interpretar la realidad, de manera que el mismo hecho, -en sí arbitrario y subjetivo- de ver,  o la propia actividad físico-psíquica de descubrir, ver, seleccionar y aprehender  el “objeto” como realidad, acaba situándose en el centro del discurso estético y de las diferentes poéticas con las que se manifiestan muchos de los lenguajes artísticos contemporáneos. Las diferentes relaciones que se establecen entre el sujeto  y el objeto, entre el artista y su obra o entre el espectador y  la obra de arte en sí misma, y que a la vez, vinculan a ambos en un  mismo ámbito o proceso de creatividad y de expresión plástica, representan, al fin y al cabo, las distintas y múltiples indagaciones o apuestas singulares por intentar reformular una nueva manera de aprehender y de explicar la propia relación entre sujeto y objeto en el -tantas veces paradójico y controvertido-, ámbito de la expresión artística.

Sin necesidad de aludir directamente al amplio cometido del arte conceptual –en el cual reside de manera más manifiesta y obsesiva la investigación sobre los límites en la expresión artística como discurso entre sujeto y objeto– sí que me parece oportuno hacer mención, en cambio, a algunos de los lenguajes plásticos que -desde su alumbramiento como grandes intuiciones estéticas y como poéticas diferenciadas- han abordado enérgicamente la deconstrucción del objeto y de sus imágenes, así como la disolución del sujeto como principio inmutante de identidad. Tanto el constructivismo, como el expresionismo abstracto como el informalismo, han interferido radicalmente, y desde ópticas diferentes y complementarias, en la reelaboración contemporánea del mismo concepto de obra de arte, de obra pictórica, de “pintura”, y han formulado, al mismo tiempo, una nueva y posible jerarquía y significación de las formas y del color, de la materia, así como una nueva manera de dimensionar y de conectar los significantes con su propia materialidad. Y es en este sentido como hay que acercarse a la contemplación de la pintura que nos propone en su peculiar apuesta poética, la sorprendente artista Silvia Lerín (Valencia 1975).

El procedimiento analítico y “constructivista” con que aborda el  ejercicio de la pintura permite a la artista orientar su trabajo de investigación plástica hacia una compleja, honesta y arriesgada experimentación formal. La simbiosis con la materialidad de la pintura y del color le conducen a una profunda e inquietante reformulación de la composición y del espacio, proponiendo un genuino juego de planos y contraplanos que acabarán formando parte intrínseca y central de todo su lenguaje plástico. Al igual que otros artistas emergentes de su generación, Silvia Lerín se ha formado en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia, y en muchos de éstos la pintura, la materia y el color han ido centrando, de una u otra manera, sus diferentes investigaciones y aportaciones plásticas y en todos ellos, y muy especialmente en Silvia Lerín, la reivindicación del valor autónomo de la pintura, su desvinculación del referencialismo representacional y el acercamiento a los planteamientos lingüísticos de la abstracción forman parte de sus respectivas estrategias procedimentales así como de sus propias poéticas artísticas.

En el lenguaje plástico que desarrolla la artista en cada una de sus piezas, existe una especial preocupación por la composición de los planos pictóricos en su relación con el espacio del cuadro así como en relación entre ellos mismos. Su pintura es fruto de un cálculo casi matemático formulado a través de una ponderada relación entre los límites del color y su textura, del espacio que ocupan los planos de color y del espacio que desalojan los perímetros de la materia pictórica. La interposición y la injerencia de estos planos, dialogando entre ellos, superponiéndose a los extremos cuadriláteros del lienzo, dejando entrever surcos, estrías y hendiduras, y desplazándose al unísono en un lento y sutil movimiento  armónico, equilibrado y musical, serían algunas de las características más singulares y propias de este lenguaje plástico que identifican con voz propia a la artista. En su afán por generar una simbiosis excelente y perfecta entre lo puramente pictórico y la expresión lírica e intimista, Silvia Lerín va definiendo un universo de color sin imágenes, informe, estrictamente planimétrico en el que habita, sigilosamente, una potente fuerza matérica elaborada con acrílicos, polvo de mármol y papel sobre tela, y donde la colaboración dialogante entre los colores fríos, los cálidos, el negro y las geometrías imposibles de los planos articulan una poderosa atmósfera de luz, de silencio y de extraño y revelador recogimiento.

A través de sugerentes y delicados contrastes cromáticos, sus obras resuelven contrapuestas tensiones en la composición de las fuerzas que emergen de cada plano, sumándose, desplazando o interseccionando entre si. En este racional  juego de texturas, transparencias, saturaciones de color y líneas que perfilan y delimitan el campo musical donde opera el color y la materia, la artista compone una sinfonía plástica, abstracta y precisa, donde se reconocen los elementos dodecafónicos con que se va tramando cada composición, cada pieza, y ésta a su vez se integra cual fragmento coherente y bien hilvanado, en una composición plástica mayor  donde se atisba el sentido y la dirección conceptual última a la que se dirige el conjunto de su obra, de su lenguaje plástico, de su intuición estética y poética hecha forma, superficie y color.

Las aparentes hendiduras, los surcos o las incisiones con las que la pintora se propone delimitar y fraccionar las superficies pintadas no son sino un elemento vertebrador, a modo de nexo o conector con el que construye una continuada narración plástica. Posiblemente un tanto influenciada por el estructuralismo, la artista concibe el lenguaje plástico como un todo, como un único universo semántico, eso sí, pluridimensional y plurisignificativo, y con su propia sintaxis, al que se accede a través de la perfilación analítica de cada fragmento o de cada conjunto de fragmentos, los cuales cumplen meticulosamente sus propias y precisas funciones en el conjunto del discurso plástico y del discurso poético. El juego o ejercicio pictórico de encaje, entrecruzamiento o solapación de planos pictóricos, el elenco aparentemente arbitrario de formas sugeridas o apuntadas a través de gestualidades planimétricas y las connotaciones de espacio, profundidad o volumen acaban formando parte intrínseca de la construcción de lenguaje pictórico en manos de la poeta-artista en que se metamorfiza la sensibilidad lírica y racional de Silvia Lerín.

El intimismo poético, -profundamente conectado a la capacidad de observación, de aprehensión y de captación de las excelencias lumínicas y pictóricas de la materia-, se nutre y se complementa con el  ponderado racionalismo empirista con que concibe la autora el uso de la técnica y la plasmación de imágenes abstractas e informalistas. La rasgaduras, los empastes o las estrías sobre la superficie matérica adquieren verdaderas connotaciones simbólicas y aquí es donde en su lenguaje aparece la necesidad denotada y significada de expresión poética. En este sentido podemos observar como en el tríptico espectacular “Hendiduras en la materia”, 2009, de 180 x 540 cm. la artista reproduce una auténtica y potente tensión o resquebrajamiento entre el fondo negro, abismal, ingrávido y un gran plano o geografía abstracta dominada por la frialdad pétrea del azul y que se desliza y se agrieta, dolorosamente para dejar entrever la intensidad casi orgánica del rojo asomando su carnalidad entre ese territorio gélido y enigmático señoreado por las tonalidades del azul neutro dominante.

Al igual que en otras de sus obras, la autora hace coincidir diferentes campos que se mueven en los límites de inquietantes intersecciones entre superficies, emulando a las fuerzas extremas y a la vez delicadas e incógnitas que operan  entre las masas de color, entre dos geografías abstractas de materia rugosa, entre dos grandes manchas carmín que se desgajan lenta y pesadamente de los fondos abismales negros e impenetrables, infinitos. Como si se tratara de una visualización esquemática y conceptual del desplazamiento de las placas tectónicas sobre la corteza terrestre y  a punto de colisionar o de desgajarse, estas superficies habitan, muchas veces,  un universo de materia y de color que se nos muestra atrapado en las dimensiones cuadrangulares de los lienzos, pero que a su vez denotan en su generalidad,  un conjunto mayor en donde opera y se despliega este singular universo objetual y mental que va definiendo pieza a pieza, fragmento a fragmento cada secuencia de lenguaje pictórico, cada parágrafo discursivo y poético y cada conquista estética en el conjunto del lenguaje plástico de la artista.

En otra de las obras expuestas, “Hendiduras sobre rojo”, 2008, de 180 x 180 cm. la pintora nos muestra otro registro de tensión pictórica, contraponiendo la masa de color rojo con la de color negro en un simulacro de desprendimiento ritual donde el desalojo de superficie recuerda a la dramática tensión del desgarro como movimiento alegórico y procesual, la mancha de color azul, como nexo conector entre los límites del las dos estructuras contrapuestas, introduce  un guiño vital, casi orgánico dentro de los estrictos ámbitos fríos y calculados de la racionalidad escénica dominante en cada composición.

De igual manera las diferentes esculturas que nos ofrece, elaboradas en acero, nos acercan al universo de estructuras, planos y contraplanos con que la artista concibe su lenguaje plástico hecho de materia y superficies de color. En este caso la tridimensionalidad, el volumen y el vacío se intercalan en un juego visual de arquitecturas imposibles donde la poética de las formas se entrelaza con el ejercicio de la precisión y del equilibrio armónico y volumétrico entre los módulos planimétricos. El espacio aéreo y el vacío, por un lado y el espacio plano y sus límites, por otro,  conjugan de la mano de la artista,  ese característico y singular preciosismo a la hora de acometer su trabajo como artista plástica y así, la pintura,  la simulación de profundidad, el “ trompe l’oeil ” en el juego de planos y superficies, el color , la textura y la luz, son, por tanto y  en definitiva,  los elementos estructurales y significadores de todo este excelente lenguaje plástico y expresivo con el que Silvia Lerín nos acerca y nos regala, una vez más, su propia y fascinante poética pictórica.

Josep Lluís Peris

Crítico de arte, Valencia, October 2009

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